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Grecia es un pequeño país que está totalmente quebrado. La llegada del euro les significó una era de prosperidad artificial que sus políticos aprovecharon para derrochar a manos llenas. Sin embargo, a causa de los propios defectos de la divisa única, ahora la República Helénica la pone en peligro. Aunque hay quien piensa que los griegos o el gobierno de izquierda radical que los gobierna tienen prisa por abandonar dicha moneda –y por tanto a la Unión Europea, lo cierto es todo lo contrario: Grecia sólo se irá si la echan por la fuerza. No tiene prisa porque aspira a seguir viviendo del resto de Europa.

El problema está en que si la expulsan, sentará un precedente para otras economías atribuladas como la española, la portuguesa, etc., que podrían caer en la misma tentación y sentenciar a muerte al euro. El más interesado en que eso no ocurra es Alemania. Atenas lo sabe y se aprovecha de esta situación.

 

El primer ministro Alexis Tsipras se dirigió ayer a la nación en un mensaje televisado donde aseguró que los depósitos bancarios estaban “seguros”. Tsipras dijo también que Atenas ha vuelto a solicitar una extensión del rescate financiero y urgió a los griegos a “permanecer en calma”. Las mentiras no cesan.

Se ha impuesto un “corralito” que limitará los retiros a 60 euros por cuenta por día y según el portal del diario Kathimerini los bancos y la bolsa permanecerán cerrados hasta el 6 de julio. Lo anterior se da como consecuencia de las auténticas “estampidas” que se han presentado en los cajeros automáticos. La gente, desesperada, busca obtener el máximo efectivo posible, pero las máquinas se están quedando sin dinero y no los reabastecerán pronto.

Lo que orilló a esa decisión y el control de capitales fue el anuncio más temprano del Banco Central Europeo (BCE) de que, dadas las actuales circunstancias, mantendría el tope a la provisión de liquidez de emergencia (ELA, por sus siglas en inglés) a los bancos griegos, para dejarlo al mismo nivel del viernes 26 de junio. Ello significaba que no habría más dinero fluyendo sin límite a los bancos y se hacía inevitable su cierre.

Cabe recordar que estamos al inicio de la temporada vacacional de verano, por lo que los turistas que quieran pasear por Grecia tendrán que cargar consigo mucho efectivo o tendrán serios problemas.

La economía griega, por sí ya maltrecha, queda al borde del colapso. Sin el financiamiento y liquidez de emergencia otorgados por el BCE se pone en riesgo de entrada el pago de los sueldos de la burocracia y las pensiones, una “bomba” social.

Al mismo tiempo, parece inminente que Grecia incumpla su compromiso de pagar mañana 1.5 mil millones de euros al Fondo Monetario Internacional (FMI), y será hasta el domingo cuando se celebre el referéndum en el que se consultará a los votantes si aceptan o no las condiciones que los acreedores buscan imponer al país.

Como queda claro, los griegos no quieren la austeridad, subir los impuestos ni pagar lo que deben pero tampoco abandonar el euro. Todo lo anterior junto solo es posible si Europa –entiéndase Alemania, está dispuesta a asumir pérdidas y financiarla para siempre. Los políticos podrían aceptar el dilema, pero no los contribuyentes alemanes. Un callejón sin salida.

Dado que nos aproximamos al final del camino veremos quién termina cediendo. Alguien tiene que perder y, a decir verdad, la posición de fuerza la tiene Grecia.

Si al final fuera expulsada de la Unión Monetaria, sufriría una depresión terrible pero el mundo no se acabaría para ellos. En cambio, para Alemania y el proyecto europeo sería una dolorosa humillación con pérdidas mucho más allá de las monetarias. No hay solución fácil y menos si el domingo Tsipras justifica su posición ganando el apoyo popular en el referéndum. Atenas está aplicando el viejo dicho de la desvergüenza del deudor: si sigo pagando el problema es mío, si lo dejo de hacer, el problema es de los acreedores. ¿Cómo terminará esta tragedia griega? ¿Quién doblegará a quién? Hagan sus apuestas.

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