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En cada curso o programa de administración que tomé en mis épocas de estudiante universitario, una de las cosas denominadas de «ley» que tenía que hacer conjuntamente o de forma individual como parte de la evaluación continua era elaborar un caso práctico de un modelo de negocio. Una de las partes medulares de ello era, propiamente, la definición de la razón social, el objeto social, la visión, los valores y, por supuesto, la misión.

Recuerdo que la mayoría de los estudiantes (incluyéndome), le daba mucha más importancia a la identidad corporativa y a qué iba a hacer la empresa (objeto social) que a cómo lo iba a hacer y cuáles serían los alcances de ello, dejando en segundo plano la redacción y explicación de la estructura de la misión.

Si bien y sin excusar lo que, a final de cuentas, era un ejercicio académico malhecho, la infortunada realidad es que existen empresas, pero sobre todo personas que saben a medias o desconocen por completo cuál es su propósito vital.


En este espacio, continuamente, le hablo sobre la gran relevancia de conocer nuestra capacidad de ahorro e inversión, así como nuestro grado de aversión al riesgo, y, sobre todo, nuestras metas financieras por las que nos esforzamos a diario. Pero, realmente, ¿sabemos cuál es nuestro principal motivante para despertarnos y levantarnos cada día por las mañanas?

El concepto «ikigai» cuya traducción al español podría ser «causa de existir» es un principio japonés que invita a la búsqueda del sentido de nuestro vivir, con la finalidad de encontrar la satisfacción y la realización (Figura 1).


Ikigai está compuesto de 4 pilares, en los cuales se busca el equilibrio y la intersección entre nuestros objetivos personales y profesionales (Figura 2):

  • I. Lo que se ama: una de las frases que más concibo es aquella que dice que si nos llena y apasiona lo que hacemos, no tendremos que trabajar nunca. Cuando uno encuentra su verdadera vocación, no sólo se esforzará por sacar adelante sus proyectos meramente laborales, sino también se preocupará por ver de qué forma su labor podría convertirse en un efecto multiplicador en todos los aspectos de su vida.

  • II. En lo que se es bueno: si bien es cierto que a lo largo de nuestra formación aprendemos y desarrollamos nuevas habilidades, nacemos con muchas de ellas. Tal como nuestra personalidad, es deber unilateral, explotarlas y aprovecharlas al máximo, buscando siempre el bien común.

  • III. Lo que el mundo requiere: en alguna ocasión escuché de una persona decir «para todos hay», y, justamente, así como cualquier tipo de conocimiento o saber no debería resguardarse para uno o unos pocos, tampoco podría ser limitado u ofrecido exclusivamente como un servicio, pues, siempre he sostenido que la tarta nos sabe más sabrosa si se comparte con todos.

  • IV. Por lo que pueden pagarle: aquel que además de hacer lo que ama, recibe una remuneración directa o indirecta por ello, ha encontrado su ikigai. Recuerde que quien es excepcional en lo que hace, pero que además goza de una gran calidad humana, siempre tendrá las puertas abiertas.

Jamás es tarde para reflexionar y encaminarnos hacia el destino que verdaderamente anhelamos.

Le deseo un provechoso y gratificante año nuevo.

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