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La bola de cristal

A diario y por doquier, leemos y escuchamos predicciones financieras, como, por ejemplo: «El S&P 500 ya tocó fondo», «el barril de petróleo llegará a los US$ 200» o «la curva de rendimientos del Tesoro americano está a punto de invertirse», sólo por mencionar algunas de las más recientes. Asimismo, de manera asíncrona, ya sea a través de un meteorólogo de la prensa audiovisual o bien, mediante una aplicación, nos informamos del pronóstico del clima.  

Pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Que tanto una proyección financiera como una meteorológica tiene como objetivo saciar la necesidad humana de conocer el futuro.

El ser humano, por naturaleza, es pronosticador, pues al ser un animal racional analiza y emite juicios sobre lo que podría pasar. Ejemplo de ello es cuando tomamos una decisión de inversión, renunciando a un costo de oportunidad determinado.

En efecto, una de las herramientas básicas de los financieros, son los pronósticos, sirviéndoles para determinar los movimientos que registrarán las variables económicas y financieras en el corto, mediano y largo plazo. Lo cierto es que son muy pocos quienes podrían considerarse como superpronosticadores, significando que en la gran mayoría de los casos éstos (los pronósticos) no se cumplan, resultando en graves consecuencias. Dicho lo anterior, ¿cuándo y cómo se realiza un pronóstico? Analicemos varios casos, diferentes pero iguales, antes de contestar esa interrogante.


Uno de los consejos de inversión compartidos por Warren Buffett en 2021 señala que entre invertir en acciones individuales o el S&P 500, es preferible hacerlo en este último a través de un fondo indexado, dado el desempeño del índice (Gráfica 1).


Diversos estudios demuestran que la aversión al riesgo aumenta en la medida que se envejece. Por ello, dentro del asset allocation, hay una regla que consiste en restarle a su edad 120 para calcular cuánto peso se le asignará de acciones a su portafolio de inversión (Tabla 1).


Las fuertes caídas observadas desde su último máximo al 24 de febrero del presente año llevaron al índice S&P 500 a situarse por debajo del escote del patrón técnico head and shoulders, en niveles de 4,225.  

Basándonos en ello, cualquier ruptura significativa por debajo de los 4,225 puntos, hubiese desembocado en un ajuste aún mayor; sin embargo, un repunte, como el que ha registrado, que superase con fuerza la resistencia de 4,590 puntos podría marcar el comienzo de la formación de un máximo más alto, incumpliéndose así el cambio de tendencia esperado tras la formación de una figura H-C-H (Gráfica 2).


Como mencioné al inicio de este artículo, uno de los pronósticos más escuchados en los últimos días tiene que ver con las señales que han estado enviando los bonos del gobierno americano. La curva de rendimientos del Tesoro, que mide el diferencial entre las tasas de la deuda del gobierno a corto y largo plazo, ha comenzado a aplanarse, lo que, de acuerdo con la evidencia histórica, es un indicador adelantado de recesión económica.

Si bien es un signo que no debemos ignorar y/o refutar, menos del 10% de las combinaciones están invertidas al momento en que redacto estas líneas. Asimismo, el diferencial medio descendió por debajo de cero antes de cada recesión suscitada en las últimas seis décadas, mientras que en la última semana se ha situado por encima de ese punto (Gráfica 3).

Ahora bien, contestemos la pregunta del principio.

Tanto el dicho de Buffett como las estrategias de asignación de activos son ejemplos de pronósticos. El primero, porque su afirmación descansa en que se prevé que el principal índice bursátil de la Bolsa de los Estados Unidos de América seguirá su tendencia alcista por mucho tiempo, tal como lo ha hecho en el pasado, pese a riesgos sistemáticos y no sistemáticos. Por su parte, el segundo, porque de acuerdo con la evidencia, se espera que el retorno de las acciones supere al de otras clases de activos bajo un horizonte de largo plazo.

Por otro lado, la figura chartista que se formó en el S&P 500 desde junio del año pasado, junto con el clásico vestigio del mercado de bonos sobre las recesiones, son indicadores que se considerarían más como estimadores que como pronosticadores de datos duros.

Primeramente, recordemos que el análisis técnico se basa meramente en los precios de mercado, por lo que, si lo vemos de manera objetiva, el mercado es un sistema complejo y ruidoso, y, por ende, sumamente complicado de pronosticar, y, en cuanto al análisis macroeconómico, por ejemplo, el ciclo económico actual dista de ser «normal», pues hoy éste sufre las consecuencias de una pandemia (que aún persiste), la guerra en Europa Oriental y una alta inflación (mayormente causada), pero al mismo tiempo el Producto Interno Bruto (PIB) registró un crecimiento de 5.6% en el 4T21 y se cuenta con un mercado laboral resiliente (tasa de desempleo en mínimos), por tanto, intentar proyectar un fenómeno basándonos únicamente en elementos que siempre han funcionado en «condiciones normales», podría no ser lo más idóneo. No obstante, ambos, de una u otra manera, buscan interpretar el porvenir.

Al momento de realizar un pronóstico debemos definir un horizonte temporal, ¿corto, mediano o largo plazo? Si bien hacer un análisis sobre lo que sucederá mañana es, en teoría, más fácil que hacerlo pensando en el futuro lejano, al hablar de la Bolsa, cuán más extenso sea el horizonte, habrá mayores variables críticas, conllevándonos a centrarnos en fundamentales que en el ruido y la aleatoriedad. A su vez, es importante tener presente que las variables críticas, por mucho que se conozcan, hay factores alrededor imposibles de prever o controlar, un ejemplo de esto es precisamente la pandemia o la crisis geopolítica.  

Ignoro si el S&P 500 marcará pronto un nuevo máximo histórico o si en los próximos 12 o 24 meses los Estados Unidos de América experimentará una nueva recesión económica, lo único que sé es que los mercados nos han recordado una y otra vez que intentar pronosticar el futuro es un error, por cierto, muy caro.

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