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Al hablar de emprendimiento es inevitable no hablar de innovación. Al hablar de innovación es inevitable no hablar de fracaso.

El novelista irlandés Samuel Beckett lo explica como nadie en su más afamada, pero polémica cita “Fail Better”, en la cual, desde una interpretación empresarial, nos hace recordar que, precisamente, el único camino para lograr el éxito es el fracaso.

La innovación financiera nos demuestra que siempre hay nuevas formas de hacer dinero, de transaccionar, de financiarse; básicamente, de hacer lo mismo sin hacer lo mismo, pero a la par, que, en el inter, se encuentran regulaciones, obstáculos y por supuesto errores. Ejemplo de ello, los criptoactivos.

Los orígenes de los criptoactivos se remontan hacia 2008 con el desarrollo del Bitcoin, el cual, en esencia, consistía en una idea novedosa en términos de «eficiencia» y «seguridad» en materia de transaccionalidad a través de una red peer-to-peer, cuyas características serían la descentralización, la transparencia, la seudónimes y la finitud, sólo por mencionar algunas.

Dicho lo cual, la utilidad primaria del Bitcoin y del resto de las criptomonedas fue la celebración de actos mercantiles fuera del sistema financiero tradicional. No obstante, desde que los exchanges comenzaron a proveer la infraestructura para la compraventa de éstas, también es posible realizar trading con criptomonedas, aunado a que son la base para comerciar activos digitales y en metaversos.


Desde la óptica financiera, el Bitcoin se posiciona como el activo «burbujeado» más impetuoso que se haya registrado en los últimos 50 años (Gráfica 1).


Al tiempo que uno de los cripto-billonarios más reconocidos de los últimos años, Samuel Bankman-Fried, quien de poseer una fortuna de US$ 16B el 7 de noviembre pasara a tener US$ 0 siete días después. ¿La razón? La crisis de insolvencia que azotó a su imperio, FTX (Gráfica 2).


En ese sentido, prácticamente 2022 pasará a la historia como uno de los años más turbulentos no sólo para el Bitcoin, sino también para todo el mercado de criptoactivos, que, a pesar de la tecnología que lo respalda, de valorarse en US$ 1.3T en enero, al corte del 3 de diciembre se valoró en poco más de US$ 500B, significando una minusvalía del orden de 60.16% (Gráfica 3).

La gran pregunta, ¿por qué está sucediendo todo esto? La respuesta está en la causa y la consecuencia.  

¿La causa? Como seguramente intuyó, la pandemia de COVID-19. Recordemos que durante 2020 se liberaron miles de millones de dólares estadounidenses en todo el mundo como medida de estímulo para contrarrestar los efectos de la desaceleración económica, por lo que la gente tenía mucho dinero líquido, el cual, además de ser usado para la supervivencia, fue un punto de inflexión en el desarrollo del mercado de criptomonedas. ¿Quiere datos? Tan sólo entre 2020 y 2022 emergieron más de 7K tokens, y, el comercio total de tokens no fungibles (NFT, por sus siglas en inglés) se disparó a US$ 17.6B en 2021, significando un incremento de 21,000% A/A.

¿La consecuencia? Dejémosla para el final.

Es claro que el colapso de este mercado traerá implicaciones sistémicas limitadas; no obstante, ya está generando una pérdida de confianza generalizada entre los nuevos inversionistas sobre la capacidad del mercado para ser una reserva de riqueza en el futuro.

A esto, ¿nos encontramos atestiguando el final de las criptomonedas? Para nada, es sólo una etapa más de la interminable curva de aprendizaje.

Lo cierto es que este episodio nos muestra que este tipo de activos requieren una mayor estabilidad, cosa que se logrará a través de la regulación.  

Por otro lado, la importancia de saber en qué y cómo se está invirtiendo el capital. Muchos aseguran que el valor de las criptomonedas se fundamenta por la tecnología que las respalda (cadena de bloques), la cual les permite a sus tenedores evitar la confiscación monetaria, la censura y la pérdida de valor, al tiempo que, podrían fungir como cobertura contra la inflación; situación que podemos desmentir fácilmente al revisar la Gráfica 3. Sin embargo, la realidad es que esta clase de activos carece de un valor intrínseco claro.

En conclusión, la criptografía en finanzas está en la fase de crecimiento, pero como lo fue en su momento la tecnología, éste puede ser el momento cumbre para ser resilientes.

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