Debió de ser a finales de los años sesenta o primeros de los setenta la primera vez que alguien, mi padre, me hizo caer en la cuenta del en principio curioso fenómeno de que los mejores productos de una zona no se encontrasen con facilidad en sus mercados locales, sino que se llevaban a otros lugares a veces muy lejanos. Vivía entonces en Valencia y mi padre me dijo que las mejores naranjas no se quedaban allí, en la tierra donde se cultivaban, sino que se exportaban a Francia, Inglaterra ...