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Cuando se habla de la crisis griega se suelen escuchar dos extremos: aquellos que culpan solo a Grecia por su mala costumbre de derrochar, endeudarse y no pagar, y los que responsabilizan a los acreedores –en especial Alemania- por haberles prestado. Ambos están equivocados.

En este espacio hemos dicho que el euro luce condenado producto de su mal diseño, que propicia justo que esta situación crítica se presente. Hay quien dice que no es el diseño, sino que el problema es que uno de los miembros –o varios, engañen a los demás y entonces, la unión desaparece. Es cierto. El punto es que ese engaño no se hubiese realizado si en primera instancia hubiese habido mecanismos de aplicación y corrección obligatoria de desbalances como los hay en el patrón oro. Como no los hubo, no los hay ni parece que los pueda haber en el futuro, la suerte del euro como lo conocemos podría estar echada.

No falta por cierto quien ha comparado al euro con el patrón oro. Es un error. En el patrón oro, es cierto, la emisión monetaria no puede ser desenfrenada –como no lo pueden hacer ahora tampoco por ejemplo los griegos, que tanto lo quisieran–, pero la realidad es que la política de una (manipulada) tasa de interés común es justo lo opuesto a dicho patrón.

Antes de que en 1971 el presidente estadounidense Richard Nixon cerrara la ventanilla del oro, aquellos países con déficits de cuenta corriente permanentes veían evaporarse sus reservas del metal, por lo que esa sangría dorada tenía que corregirse, no podía crecer indefinidamente. En la eurozona, sin embargo, el Banco Central Europeo (BCE) establece la política de tasa de interés y los déficits de cuenta corriente se acumulan entre los países deudores y los acreedores, sobre todo Alemania, como si no importaran. A esto ha contribuido un canal para la fuga de capitales de países de la periferia hacia Alemania, como lo es el sistema Target2.

Con el euro pues, se quiso hacer como si todos los países fueran iguales o cuando menos se rigieran bajo reglas uniformes. Algunos como Grecia incluso mintieron para ser aceptados en él. El problema es que ni son iguales a Alemania, ni quieren imitarlo y mucho menos adoptar iguales políticas en aspectos como las pensiones, legislación laboral, agricultura y un interminable etc. Tampoco hay una unión política ni fiscal con el que la eurozona funcionara como un solo país.

Mish Shedlock, uno de los blogueros financieros más destacados del mundo, asegura que a estas alturas ya es casi imposible resolver todos estos temas, “porque un cambio de reglas (para el euro) requiere el consentimiento de todos y cada uno de los países de la eurozona. Entre más países se sumen, más difícil será cambiarlas.” Tiene razón.

Bajo el patrón oro nadie se hubiese atrevido a prestar su valioso oro a los países de la periferia europea, menos a Grecia, pues en automático eso hubiese requerido tasas de interés mucho más elevadas y colateral para garantizar los créditos. Ante ese escenario, el apetito por la deuda se hubiese contenido junto con el dispendio.

Por desgracia, esta ausencia del freno real que representa el patrón oro –y que tampoco se impuso en la eurozona- al gasto y los desbalances comerciales, no solo tiene en quiebra a los griegos, sino al propio sistema monetario global, que desde el inicio de la crisis no ha dejado de acumular deudas en masa (más de 57 millones de millones de dólares según McKinsey). Y es que de hecho no puede hacerlo, pues el sistema mismo depende de esa expansión ad infinitum del crédito o de lo contrario, hace implosión.

La culpa entonces no es ni de Grecia ni de Alemania, sino de ese sistema donde el freno que imponía el patrón oro, no existe más. La élite bancaria que siempre empujó que se le hiciera a un lado, lo logró.

No por nada la Fed, el BCE, el de Japón, etc., han emprendido políticas sin precedentes de tasas de interés cero –que ya han empezado a ser negativas- e impresión monetaria sin límites con el propósito explícito de continuar la bacanal de crédito. Los bancos centrales son parte fundamental del problema, no de la solución.

Como hemos explicado antes, el punto es que lejos de combatir la “deflación” del índice de precios al consumidor –que tanto les preocupa pero no es dañina-, lo que alientan es la inflación de burbujas que, al reventar, generan auténticas deflaciones de activos que son devastadoras. Es la consecuencia inevitable luego de buscar expandir lo que por definición no puede crecer para siempre: la deuda. El momento de pagar siempre llega.

Lo anterior explica por qué la “escasez” de oro y plata continúa: la crisis griega es solo un botón de muestra. La gran crisis sistémica, aún está por estallar.

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