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Una en un millón

En los últimos años, dentro de la comandancia de la política económica mexicana se ha ensalzado con fuerza el desempeño de los ingresos por concepto de remesas, aludiendo que se trata de un buen indicativo acerca de la situación económica del país, primordialmente en el consumo privado.


En julio de 2022, de acuerdo con cifras del Banco de México (Banxico), los connacionales enviaron a nuestro país US$ 5.3B por este concepto, significando un avance de 16.5% frente a los US$ 4.5B registrados en el mismo periodo del año pasado, así como un nuevo máximo histórico (Gráfica 1).


En contraste, los datos preliminares de la Inversión Extranjera Directa (IED) develan que, si bien durante el 2T22 presentó un crecimiento anual del orden de 21.7%, se encuentra muy lejana de alcanzar el máximo histórico de US$ 48.2B registrado en 2013 (Gráfica 2).


En tanto, el grado de relación entre los puestos de trabajo registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el flujo de remesas totales de la última década es inverso, lo cual significa que, al aumentar las remesas, desciende el número de trabajadores registrados ante el IMSS (Gráfica 3).

A partir de este dúo de gráficas podemos concluir que el dinero que ingresa desde el extranjero no necesariamente lo hace a través de la vía o el medio correcto, y, por ende, los resultados no son precisamente los esperados.

Pero ¿cuál sería el medio correcto para conseguir los resultados deseados?

Comencemos por comprender el contexto.


Como es sabido, el mundo se ha visto obligado a trascender de una economía globalizada hacia una desglobalizada. Con ello, las palabras onshoring, reshoring y nearshoring se han vuelto cada vez más comunes en el léxico de los tomadores de decisiones, pasando por los gobiernos y las organizaciones.

Según una encuesta de UBS realizada a ejecutivos de alto nivel de empresas americanas, el 90% de los encuestados reveló que su compañía estaba en proceso o considerando trasladar la producción fuera de China, y alrededor de 80% aseguró que estaba considerando reubicar parte de la producción a la Unión Americana (Gráfica 4).


La incertidumbre de los mercados energéticos, los efectos del cambio climático en Europa, junto con la consecuente escasez de materias primas, son factores que abogan la idea de un retorno masivo y apresurado de la producción americana; no obstante, el fortalecimiento del dólar estadounidense, representado por el índice DXY, ubicándose en niveles no vistos desde hace 20 años, es una variable que podría obstaculizar y retrasar la relocalización de las empresas hacia suelo americano, dado el encarecimiento natural que están sufriendo los procesos productivos (Gráfica 5).

Por increíble que esto parezca, México tiene todas las de ganar en este asunto.

La pregunta es, ¿cómo?


Proseguiré a explicar los que, desde un punto de vista subjetivo, representan de mejor manera el atractivo de México frente al mencionado proceso de reubicación corporativa (Tabla 1):

  • I. La zona geográfica, junto con el huso horario es quizá el principal atributo del que goza nuestro país, que, traduciéndolo en temas de negocios no sólo favorecería a tener una mayor velocidad de mercado, sino también a bajar los costos de transportación, lograr una mayor organización con los proveedores y un mayor ahorro de las materias primas; en resumen, un mejor control de las operaciones.

  • II. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), para el año de estudio, había 126, 014,024 mexicanos con una edad mediana de 29 años. El poseer una población demográfica tan jovial ofrece grandes e inigualables oportunidades a las empresas internacionales para establecer planes a mediano y largo plazo.

  • III. México suele ocupar el top 5 de los principales socios comerciales de Estados Unidos de América. Para ponerlo en perspectiva, los datos más recientes de la Oficina de Estadísticas de Estados Unidos de América, correspondientes a junio de 2022, México se posicionó como el segundo socio comercial de dicho país, intercambiando el 14.5% del comercio total, equivalentes a US$ 67.9B, desagregándose US$ 28.5B en exportaciones de bienes mexicanos y US$ 39.4B en importaciones de productos americanos. Tal vez éste no es un dato desconocido, pero no está de más recordarlo.

Complementando un poco lo anterior, recientemente, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) destacó que nuestro país podría ser el mayor beneficiado del nearshoring en la región, acaparando US$ 35.3B por año de los US$ 78B anuales que lograría generar América Latina y el Caribe. Asimismo, los constantes y crecientes conflictos en materia comercial entre los países occidentales contra China le han llevado a varios de éstos a plantearse como objetivo migrar su producción hacia estos lares.

Desde la perspectiva que se vea, es innegable no reconocer cuán privilegiados somos, pero al mismo tiempo, resultaría muy ingenuo esconder los grandes obstáculos que tenemos en frente. Destacando uno en particular, es imperante velar por un panorama de negocios mucho más transparente y respetuoso al marco jurídico vigente, con especial esmero en el tema energético, evitando así caer en controversias y sanciones que podrían alterar significativamente nuestro atractivo estratégico, pero sobre todo perdernos de grandes oportunidades.

¿Nos llevará nuevamente la corriente o finalmente la tomaremos?

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