Seguramente para quien ha sido partícipe de algún taller o ponencia a la que he sido invitado a impartir, el título de esta entrada podría parecerle hasta cierto punto «poco congruente» dado el discurso que manejo, pues una de las premisas que más enfatizo en ellas alude a la regla base de Buffett: «no perder dinero».
El sentido que le doy a la mencionada frase descansa en una reflexión personal, tomándola responsablemente como contrarretórica del principio que se dicta en todo programa de inversiones serio «destinar únicamente los excedentes de liquidez», pues si bien hay que ser plenamente conscientes de la prevalencia (inherente) del riesgo de pérdida durante el horizonte de inversión, debe, en todo momento, contarse con una gestión sensata para minimizar al máximo las pérdidas potenciales, preponderantemente de aquellas que podrían derivar de algún tipo de riesgo no sistemático.
No obstante, y como si de una pieza de rompecabezas se tratase, cualquier tipo de inversión (incluso las de renta fija), en mayor o menor medida, podrían presentar pérdidas inevitables, las cuales, generalmente, están ligadas a los riesgos sistemáticos (no diversificables).
De inicio y de facto, algo que es evidente (y que también se lo he expuesto una y otra vez en este espacio), pero que no hay que darlo por sentado siempre, es el proceso de recuperación temprana o tardía que históricamente los principales activos financieros logran registrar después de un crash, lo que nos sugeriría anteponer la paciencia y resiliencia sobre los retornos durante esos periodos; sin embargo, hay quienes, por sus propios objetivos financieros y estrategias, realizan movimientos de forma activa, exponiéndolos en automático en mayor cuantía a los riesgos sistemáticos.
Un ejemplo de esto es lo que sucedió a lo largo del 1T25, con el regreso de Donald Trump al poder y con él, la implementación de una política comercial proteccionista en la Unión Americana, lo que ocasionó (y sigue ocasionando, hasta cierto punto) volatilidad y pesimismo en los mercados financieros globales, llegando a registrar caídas promedio del orden de 11.23% (Gráfica 1).
En este caso, aquel que haya sobreponderado instrumentos de mercados avanzados sobre cualquier otra clase, tuvo semanas rojas.
Otro caso práctico sería lo que aconteció en los mercados accionario y de bonos americanos en 2022.
La teoría tradicional que señala que durante los bear markets los bonos fungen como amortiguadores fue contravenida, pues a causa de los endurecimientos monetarios aplicados como consecuencia del descontrol inflacionario que se vivió en Estados Unidos de América y todo el mundo, el retorno ofrecido por las acciones y los bonos fueron igualmente afectados (Gráfica 2).
Hablando de sistemas de inversión, este suceso repercutió específicamente a quienes tenían una cartera diversificada bajo la regla 60/40, y no tanto por la falla concreta de un activo en cuestión (en este caso, por las acciones o por los bonos), más bien a un mercado que se encontraba estresado, dejando atados de manos tanto a los perfiles conservadores como agresivos.
Uno de los riesgos más letales para los inversionistas es el geopolítico, el cual le atribuyó una de las pérdidas más grandes y rápidas a la Bolsa rusa en febrero de 2022, tras las sanciones impuestas a Rusia por diversos gobiernos de economías avanzadas luego de la invasión a Ucrania (Gráfica 3).
En este punto, seguramente podrá pensar en qué papel juegan la solidez o los fundamentales en este tipo de situaciones, y la verdad es que ninguno, pues compañías fuertes o representativas de una economía, en este caso, la rusa, como SBRCY, OGZPY, LUKOY o RNFTF quedaron prácticamente en el limbo de un día a otro, dejando a los inversionistas totalmente desarmados, con pérdidas del 100%.
Así también, el Fondo Cotizado en Bolsa (ETF, por sus siglas en inglés) identitario del mercado ruso, RSX, de mover entre US$ 50M y US$ 200M de volumen diarios, fue deslistado y puesto en liquidación, dejándoles pérdidas irreparables a miles de inversionistas.
Esta triada de ejemplos dejan al descubierto que, por muy bien planteada y enfocada que sea una determinada estrategia de inversión, no es infalible, significando que si el inversionista llega a ver materializadas sus pérdidas no podría serle atribuida a una falla o error propio, sino a la naturaleza «innata» de la inversión.