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Las finanzas, como cualquier otra rama de la economía, poseen reglas y principios, que, de alguna forma, buscan explicar las causas y las consecuencias de los fenómenos financieros. Por ejemplo, la reacción inmediata y posterior de los agentes económicos ante la proliferación de los efectos intencionados de la política monetaria; la preferencia de las compañías públicas por privilegiar la emisión de acciones que de bonos en las Bolsas de Valores de los mercados emergentes, o las ventajas de la capitalización de los intereses en una inversión a través del tiempo.

Si bien la gran mayoría de estas reglas y principios se establecieron como estándares tras una tesis de investigación teórica y práctica bien justificada, hay algunas otras que, pese a ello, pero también por la evolución natural de la economía y la influencia de las nuevas «modas», se convirtieron en un cliché.

La realidad es que, el mercado financiero no podría ser sujeto a una guía o un manual, pues su base es la conducta humana, y, por consiguiente, no es tan racional y mucho menos previsible.

Dicho esto, prosigamos a revisar tres preceptos económico – financieros que, bajo la perspectiva subjetiva, no reflejan (del todo) lo que esperaría «el deber ser».



El oro es el activo refugio por excelencia, dada su estabilidad, retención de valor y reducida volatilidad en episodios donde el mercado está permeado de turbulencia y desconcierto.  

Si bien durante el periodo estanflacionario que azotó a la Unión Americana en los años 70’s el metal precioso pagó un retorno de 35% contra una tasa inflacionaria anual promedio de 8.8%, en los periodos inflacionarios sucedidos entre los años 1980 – 1984 y 1988 – 1991, con tasas de 6.5% y 4.6%, a correspondencia, no estuvo a la altura de las circunstancias, devolviendo pérdidas a los inversionistas que oscilaron en los órdenes del 10% y 7.6%, de forma respectiva (Gráfica 1).


Asimismo, y en línea con lo anterior, el grado de relación entre los precios del oro y la inflación americana no ha sido representada por una correlación positiva perfecta, por el contrario, ha habido periodos anuales en los cuales, si bien no ha caído en el umbral de una correlación negativa, ha tendido a desligarse, como el registrado entre 1987 y 2003. El promedio del coeficiente de correlación entre el metal precioso y la inflación de Estados Unidos de América, entre 1971 y 2021, ha sido de 0.77 (Gráfica 2).



Como es de su conocimiento, tras darse a conocer la primera estimación del Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos de América, se esperaría que éste viera a su economía desacelerarse en el orden de 0.9% A/A en el segundo trimestre de 2022, algo que, para muchos, es un síntoma más de la inminente recesión.  

A pesar de ello, la semana pasada, el Departamento del Trabajo (USDOL, por sus siglas en inglés) informó de la generación de 528,000 empleos en julio, cifra que supera en más del doble al estimado de 250,000.

Si se analiza en números fríos, a la postre de una «recesión», la brecha entre las ofertas de empleo y el número de personas desempleadas es muy amplia, significando que en la actualidad hay un mayor número de vacantes de trabajo que personas dispuestas a ocuparlas (Gráfica 3).  

De materializarse el periodo recesivo, es indudable que sucedería en medio de uno de los mercados laborales más sólidos, al menos en términos nominales.



Es cierto que la diversificación de la cartera de inversión es clave para aminorar los riesgos no sistemáticos, y, cuando se trata de instrumentos de renta variable, resulta idóneo mezclar los 5 perfiles de factores: valor, pequeña capitalización, momentum, calidad y baja volatilidad. Sin embargo, no es la regla general en episodios donde se experimenta una caída generalizada en el mercado (Gráfica 4).

La inversión en factores podría brindar un mejor equilibrio en términos de riesgo y retorno, pero distará de reducir los efectos del riesgo general de la Bolsa.

En los últimos meses, en el mercado financiero las buenas noticias son digeridas como malas noticias y las malas noticias son digeridas como buenas noticias, lo cual evidentemente es una evidencia fehaciente más que expone su naturaleza. Recordemos que el mercado es un ente libre e independiente que, por facetas, se muestra miedoso o codicioso, pero que, al final, intenta recuperar su cordura.

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