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Claramente, el mundo cambió radicalmente desde el lejano 2020; las formas de estudiar, trabajar, hacer negocios, de vivir simplemente. En este contexto, la manera de analizar la economía y «seguir» el mercado también ha evolucionado.

La inflación, desde una perspectiva subjetiva pero también en línea con los hechos, tanto pasados como los más recientes (anótese el repunte en México y otras partes del mundo), ha sido una de las variables cuyo estudio y tratamiento (desde la banca central) transita por un camino altamente complejo e incierto.


Para constatar lo anterior, ejemplifiquemos el caso México.

Fue en marzo de 2021, particularmente en la segunda quincena, cuando los niveles generales de precios sobrepasaron el rango objetivo de 3 porciento +/- un punto porcentual, situándose la inflación general en 5.22%. En ese momento, el exgobernador del Banco de México (Banxico) Alejandro Díaz de León mencionó que la aceleración respondía a un efecto transitorio, y que posiblemente se registraría una tasa promedio de 4.5% en el 2T21 para moderarse hacia el 3T21. ¿Qué sucedió? Se tuvo una inflación promedio de 5.95% en el segundo cuarto de ese año y si bien la media del siguiente trimestre se moderó marginalmente a 5.85%, en septiembre dobló el umbral, ubicándose en 6.00% (Gráfica 1).


A razón del incumplimiento de esa estimación, en el anuncio de política monetaria del 16 de diciembre de 2021 el órgano colegiado dejó de describir el alza de precios bajo el término de «transitoriedad», periodo en el que la inflación apuntaba su cuarta alza al hilo, posicionándose en 7.37% (Tabla 1).


También en ese inter, resulta muy puntual señalar la acertada, pero, ciertamente, poco eficiente, publicación de los pronósticos de inflación general y subyacente en los anuncios de política monetaria a partir de agosto del mencionado año, pues, prácticamente desde la primera divulgación hasta la más reciente se han ido aplazando el periodo de convergencia (en el sentido estricto, 3.0%), del 1T23 al 2T26 (Tabla 2).

Aunado a que no está de más puntualizar cuán alejadas han estado sus estimaciones frente a las de los analistas; en la última edición de la Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado (correspondiente) a mayo, la mediana para el cierre de 2025 es de 3.90%, mientras que para 2026 es de 3.70%.


Y, en esa misma línea, dos de las acciones que más ha sorprendido del Banxico es la contraproducencia de reducir el rédito referencial al son de incrementos en las expectativas de corto plazo (fenómeno registrado en agosto de 2024) y de declarar desde febrero pasado que nos encontramos en una nueva etapa (la cual se caracterizaría por llevar a la inflación de sus niveles promedio históricos previos a la pandemia de COVID-19 al 3.00%). Sin embargo, a lo largo de este último periodo, la inflación ha retomado la tendencia alcista, pasando de 3.59% a 4.42%; motivado principalmente por el componente no subyacente (Gráfica 2).


Si bien, por naturaleza, los efectos de la política monetaria inciden en menor medida en el componente no subyacente y que un relajamiento monetario recae sobre la producción, repercutiendo «positivamente» en la inflación, el entorno actual podría sugerir mesura y aún más cuando el dinamismo económico local ya se encuentra en una faceta decreciente, destacando un gasto más discrecional y poco apetito para la inversión de largo plazo, traduciéndose en expectativas de crecimiento (si es que puede llamárseles así) muy bajas (Figura 1).

Pese a lo anterior y de las contradicciones públicas de un integrante de la Junta de Gobierno, que, de acuerdo con la última lectura inflacionaria, ahora asegura que lo más apropiado sería dejar sin cambios la tasa de interés, dé por descontado un nuevo ajuste de 50 puntos base en la reunión del próximo 26 de junio.

Más allá de los expertos, los consumidores serán los mejores juzgadores de la credibilidad del Banxico.


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