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Cuando no saber protege: el valor oculto de la ignorancia en la economía.

Cuando no saber protege: el valor oculto de la ignorancia en la economía.


Imagen: Elaboración propia para Rankia México.
 
En la vida cotidiana, la palabra ignorancia suele interpretarse de manera negativa, como si fuera un insulto o un sinónimo de incapacidad. Sin embargo, la Real Academia Española la define de manera simple como la “falta de conocimiento”. Desde esta óptica, la ignorancia no necesariamente implica inferioridad, sino únicamente el desconocimiento de ciertos hechos o procesos. Dependiendo de la situación, esa ausencia de información puede ser incluso un mecanismo de protección frente a realidades dolorosas o complejas.

En una clase impartida por Alexis Milo, economista y exdirector de análisis en HSBC, quedó grabada una reflexión interesante "en los peores momentos de la economía, el hecho de que la gente no supiera exactamente lo que estaba ocurriendo los protegió" este comentario abrió la puerta a una perspectiva distinta sobre el valor de la información. Saberlo todo, en ciertos escenarios, no siempre garantiza calma o seguridad; a veces la falta de información evita reacciones desmedidas y protege a las personas de la ansiedad colectiva.

Durante la universidad, se debatió un artículo de Víctor M. Godínez titulado "La ciencia funesta". En él se cuestionaba la arrogancia de algunos economistas y se recordaba que, al final, la suerte puede llegar a ser tan determinante como la política económica misma. La discusión giraba en torno a quién tiene derecho a opinar de economía y qué tipo de economista resulta más valioso: aquel que mantiene los pies en la tierra y reconoce que se trata de una ciencia social con márgenes de error, o el que se apoya en modelos cuantitativos para buscar exactitud. Más allá de la respuesta, la conclusión era clara: ninguna profesión está por encima de la sociedad, pero al mismo tiempo hay fenómenos que sólo los especialistas comprenden en toda su magnitud.

Imagen: Elaboración propia para Rankia México.


La analogía con la medicina ayuda a entenderlo mejor. Cualquier persona puede tener ciertos conocimientos básicos heredados de la cultura popular, consejos de familia o lecturas en internet. No obstante, esa información jamás se equipara a la preparación de un médico que ha invertido años en estudio, prácticas y certificaciones. Durante la pandemia de COVID-19, esa diferencia se hizo evidente: mientras gran parte de la población reproducía información sin verificar, los especialistas sabían la gravedad del problema y entendían lo que venía, incluso antes de que se reflejara en la vida diaria.

Lo mismo ocurre en economía. En 1994, durante el llamado “error de diciembre”, la televisión transmitía anuncios con entusiasmo sobre los “nuevos pesos”, mientras la situación real era crítica. En 2008, muchas familias creían que comprar una vivienda era la oportunidad perfecta, justo cuando el sistema hipotecario internacional estaba a punto de colapsar. Estos ejemplos muestran cómo el desconocimiento colectivo evitó, en un principio, un pánico masivo, aunque al mismo tiempo impidió que muchas personas se protegieran con decisiones más informadas.

La ignorancia, en este sentido, se convierte en un refugio temporal. Protege de la angustia inmediata, pero no sustituye la importancia de los especialistas. La sociedad necesita a los economistas, médicos, ingenieros y profesionistas de cada área para interpretar los fenómenos que no son visibles a simple vista. Reconocer este papel no es aceptar una jerarquía de superioridad, sino un acto de apoyo mutuo. Así como un médico atiende la salud física, un economista puede ayudar a dimensionar los riesgos financieros o políticos que afectan la vida de millones de personas.

La información es poder, pero también puede ser carga. En tiempos de crisis, el desconocimiento puede amortiguar el golpe emocional. Sin embargo, una vez que pasa la tormenta, se vuelve imprescindible recurrir a los especialistas, porque son ellos quienes ofrecen guías, estrategias y soluciones. No se trata de callar la voz de la sociedad, sino de darle el valor que merece al conocimiento construido con años de esfuerzo.
En última instancia, la ignorancia protege, pero la preparación orienta. La ética y la responsabilidad de los profesionales, junto con la confianza de la gente en ellos, son la base de una sociedad que avanza sin caer en la arrogancia de creer que todos saben de todo, pero también sin menospreciar la voz de quienes, aunque no sean expertos, también viven las consecuencias de las decisiones económicas.



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