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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lleva a su país hacia una tremenda crisis económica y financiera. Se supone que es un empresario exitoso, pero como político y economista, está reprobado. 

 

Trump, el detonante de la gran crisis que viene

 

 

La economía se rige bajo sus propias inmutables leyes, válidas en cualquier tiempo y lugar. No obedece la voluntad de los políticos, y por eso cada vez que se meten a querer controlarla, por ejemplo fijando precios y salarios a su antojo, corrompiendo la moneda o poniendo barreras a los intercambios comerciales, generan distorsiones y crisis peores al mal que querían remediar.

 
Eso sí, no todo lo que promete Trump es malo en automático. Hay que reconocer algo positivo y que deberíamos –y nos veremos forzados después a- imitar en México, como reducir sustancialmente los impuestos a las empresas y eliminar regulaciones que estorban a la actividad económica. 


Pero todo el bien que eso pudiera generar con este tipo de medidas, lo echará al bote de la basura con su proteccionismo. 


Como ha sostenido desde la campaña, insiste en que quiere un ‘impuesto fronterizo’ del 20, 35 por ciento o de lo que se les ocurra a él y los republicanos en el Congreso. De forma más precisa, se ha propuesto un ‘impuesto de ajuste fronterizo’ (BAT, por sus siglas en inglés), que exenta a las exportaciones mientras no permite la deducción de las importaciones, lo que de hecho, lo convierte en una barrera comercial. 


Aunque esta propuesta no convence del todo a Trump y la califica de ‘demasiado complicada’, es innegable que habrá –de una forma o de otra- una ‘gran muralla’ económica con peores consecuencias que el muro físico que Trump quiere que paguemos los mexicanos.


Su meta es reducir hasta eliminar el déficit comercial que Estados Unidos tiene con México y otros países, sobre todo, China.


No es casual que el jueves Trump declarara que le gustaría acelerar la ‘renegociación’ del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Lo malo, es que su carta de entrada inamovible serán sus impuestos fronterizos, y como son inaceptables para México, el Tratado será cancelado. Ya es un muerto viviente. 


Algunos colegas analistas, académicos y funcionarios creen que al cancelarse el TLCAN, México saldrá más o menos bien librado gracias a las reglas de la OMC, por las que las exportaciones mexicanas hacia EE.UU. pagarían un impuesto bajo.


Bien. Reitero a esos colegas optimistas que tal cosa no pasará. Trump y los republicanos NO respetarán a la OMC, pues saben bien que cualquier recurso o queja que presentemos contra sus medidas proteccionistas tardará años en resolverse, y se aprovecharán de eso. Entenderlo y ver más allá de una vez, nos pondrá por primera vez un paso adelante de Trump.


La forma correcta de atenuar y luego neutralizar el gran daño que causará a México la cancelación del TLCAN, no es contraatacando con medidas ‘espejo’ similares a las que los terminará por hundir a ellos en una nueva gran crisis, sino con seguridad, austeridad gubernamental, equilibrio fiscal y apertura auténtica al exterior


Esto último implica eliminar las barreras a la importación y a la inversión extranjera que todavía existen en el país.


El presidente Peña Nieto dijo la semana pasada en un evento del Consejo Nacional Agropecuario que ‘abrirnos al mundo nos permite competir con los mejores, crecer y fortalecernos como nación’. Bien, pues eso pasa por lo propuesto en el párrafo anterior.


La llegada de Trump al poder marca un cambio de era, por lo que más nos vale irnos acostumbrando a que los peores escenarios, los más extremos, sean la constante. De esa misma magnitud tienen que ser también nuestros golpes de timón.

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